Estoy deseando leer La carta y el territorio que está preparando Anagrama –mi francés no me permite leer el original La carte et le territoire de Flammarion- por el que le han otorgado el Premio Goncourt a su autor, Michel Houellebecq. Polémico, vuelve a serlo por los votos –o la negativa a dárselos- por los que ha obtenido el galardón.
Dicen las crónicas que en esta nueva obra, y precisamente para poder optar al premio, para el que ya se le nombró como posible candidato con la novela anterior, Posibilidad de una isla, ha suavizado su escritura, de forma que ya no resulte polémica: que no hay en ella anticlericalismo, misoginia, desviación sexual o sentimiento anti-islámico.
Acabo de llegar a su lectura, tengo ahora mismo sobre la mesa Las partículas elementales –terciada su lectura- y a la espera Posibilidad de una isla. Así que para cuando Anagrama lance la edición de la galardonada, habrá leído suficiente como para haberme formado un criterio propio.
Por ahora, y me parece uno de los mejores halagos que se le pueden hacer a un escritor, la lectura de su libro Las partículas elementales, tiene un elemento sorprendentemente excepcional: hace pensar. Reflexiona y obliga al lector a pensar sobre la vida que vivimos, nuestra trayectoria de formación y consolidación como seres -¿humanos quizás?-, y no deja impasible a nadie.
Otra cosa es que los personajes en que basa su narración nos sean simpáticos, por actos y pensamientos. Eso ya es otro contar.