Voy a meterme en camisa de once varas. Quién me manda hablar de espectáculos musicales que no he visto.
Lo voy a hacer. Porque creo que se han equivocado los teatros. De producción, me refiero.
El Teatro Real de Madrid ha programado a Marina Abramovic con su Vida y muerte de Marina Abramovic: Una creación de Marina Abramovic y Robert Wilson. Música de Antony y William Basinsky. Cuando leí sobre él, pensé que habían equivocado el emplazamiento. Ese espectáculo musical, al que llaman ópera aunque a mí me chirría un tanto, parecía un programa más que apto para los Teatros del Canal. Con su interés, que lo tiene.
En cambio, se acaba de iniciar la décima edición del Festival Operadhoy con la producción de la ópera (esta vez sí), La selva es joven y está llena de vida, (obra para soprano, tres actores, clarinete, planchas y cinta magnética) de Luigi Nono que se ha ofrecido en estreno absoluto aunque en la versión titulada Una aproximación de Rodrigo García a la obra A floresta é jovem y cheja de vida de Luigi Nono. Esto ha ocurrido en los Teatros del Canal, cuando se merecía el Teatro Real.
Incluso el público del Teatro Real estaba más preparado para esta producción que para el montaje artístico-musical de la Abramovic. La performance del ego de una artista convertida en ópera. Indudablemente no ha tenido el público que se merecía. Su ámbito es el museístico. Reciente es su intervenciónen el MoMA de Nueva York (2010), tan famosa y resonante que hasta ha generado su versión en videojuego. Cómo permanecer en un museo cual figura expuesta durante 736 horas seguidas.
No voy a desgranar ahora el recorrido artístico-performativo de Marina Abramovic, desde el video en el que se deleita comiendo ante la cámara una cebolla cruda al recorrido de siete meses cruzando la Muralla China para despedirse del amor de su vida y su compañero hasta ese momento…
Pero sí quiero referirme a Luigi Nono, de quien Rodrigo García ha puesto en escena una actualización de su ópera. Un músico que tiene un claro lugar en la historia, en un momento en que había que romper con la tradición. El serialismo y la música electrónica con la que se abrieron tantos caminos a la música actual, desde su uso en publicidad a las bandas sonoras o a las músicas para performances como las de Marina Abramovic.
También quiero hablar del ciclo Operadhoy. Pues todavía hoy sigue sin tener un lugar en la programación habitual de las salas de conciertos la nueva música compuesta hace casi cincuenta años (1966). La Consagración de la primavera de Stravinsky va a celebrar su centenario el año próximo. Esta pieza sí que se programa habitualmente, me parece estar oyendo como réplica. Estoy de acuerdo, me he retrotraído demasiado.Vale. Pero sin alejarme mucho, o mejor, sin acercarme mucho al momento actual, el ejemplo estaba en la segunda página del suplemento cultural semanal Babelia. Bajo el título 4’33”, Montero Glez nos explicaba qué era y qué había supuesto en la historia la pieza 4’33” de John Cage. La escucha del silencio. Algo del año 1952 explicado en el 2012.
Nono se le acerca. Tanto, tanto, que su obra es solo catorce años posterior. En su ópera hace una crítica social. Como, por otra parte, también hacía Puccini en La Bohème (esta de 1896).
Yo creo que la ópera de Luigi Nono se merecía el Teatro Real. Y que toda la modernidad que pueda aportar a su programación Gerard Mortier no conseguirá la integración de esta contemporaneidad con el público hasta que ciclos como Operadhoy (que, por favor, nadie deje que desaparezcan, un 30% de recorte ya es bastante) no sean necesarios.
Aquí, en la periferia (geográfica y cultural) de Mallorca, este año Carmen, Bohème y Trovatore integran el ciclo operístico. Suerte del Encontre de Compositors.