Tomo prestado el título para este cuaderno del libro de Federico Hernández de Goncer (Palma, 1948), cuyo subtítulo es espléndidamente expresivo de qué quiero yo hacer en este periplo: Fantasía biográfica de la isla de Mallorca. Una isla, como una vida, se construye día a día, y la nuestra está viva y plena de vivencias actuales y remotas: visitantes ilustres, residentes con cosas que decir y que mostrar, homenajes a quienes fueron y estuvieron, huellas en la isla, muchas todavía frescas, y manifestaciones artísticas de variados signos...


miércoles, 19 de enero de 2011

Una vida sumergida












En la ciudad sumergida / José Carlos Llop

Barcelona: RBA, 2010



Al imaginar y abrir este lugar a mis reflexiones pensaba especialmente en dar entrada y cabida a escritos sobre Palma como el que tengo entre las manos. Cuántos los autores locales y cuántos los foráneos. A unos los llamaré memorias y a los otros libros de viaje. José Carlos Llop, él mismo entregado en un callejear por Venecia al proceso que puede llevarle a la escritura de su propio libro de viajes (“al tomar notas luego en el hotel para escribirla”), reflexiona a la par sobre la conveniencia de ser lugareño para dar fidelidad y fiabilidad a lo escrito:

“Pero la ciudad es de los que viven en ella –para ellos es, con los demás coquetea, ignora o desprecia- y su verdadera literatura, como en el caso de Pamuk, la generan quienes la habitan porque nacieron en ella: como una excrecencia fatal y como una alegría insoslayable. (…) ¿De dónde sale el derecho a usurpar el destino de otros –y la ciudad natal es destino o no es? ¿No es por ese vacío de derecho, y la distorsión que genera, por lo que nunca nos parece bien un libro sobre cualquier aspecto de nuestra ciudad cuando está escrito por alguien que no es –viva o no en ella- de nuestra ciudad? ¿Sin el sufrimiento que implica el nacimiento se conoce la ciudad como para escribirla? ¿No es ese sufrimiento el complemento de la belleza para que baste, aunque no sola?” pp.317-318.

Ambos libros coexisten, en realidad, y ambos pueden ser excelentes. Si espléndida es la visión de un autor sobre su ciudad y su mundo, espléndida puede ser –depende de la calidad del autor- su visión de un entorno foráneo. En ese caso será un libro de viaje, no necesariamente una guía –que tampoco tiene por qué ser turística-. O sí, todos podemos ser turistas, todos lo somos alguna vez, en algún momento.

Ello sin desmerecer la profundidad que un nativo puede alcanzar. Así el logro de Llop en su acercamiento a Palma, a su Palma, porque nos adentra en un mundo muy personal a través del que conoceremos Palma, su ciudad, y como tal la reconoceremos, sumergida. Aunque no nos guste. O nos llene de melancolía.

Un placer recorrer su lectura sintiéndome reconocida o lejana de cada uno de sus momentos. Llegué tarde a Gomila, no por la diferencia de edad, que en realidad es muy poca, sino por vivir esa época de mi vida fuera y lejos de estos enclaves. Aunque reconozco perfectamente otros momentos y lugares.

Porque quizá sea ese uno de los placeres del libro. El reflejo de su Palma, la del autor, pero también de la del lector, la mía, la de todos. Porque ahí está, y una ciudad será siempre la de cada uno y sus vivencias. José Carlos Llop no ha hecho sino compartir la suya, en una descripción de ahora o del pasado que somos muchos los que compartimos, reconocemos, disfrutamos o rememoramos con –eso sí- distinta nostalgia.

Llop ha hecho un libro de memorias de la ciudad donde las ha vivido, sus vivencias. Porque un día –que todo llega- miras atrás y te das cuenta de que aquello que fue, aquel lugar que lo acompañó, han desaparecido, sumergidos o no, en el pasado que fue y nunca volverá. Porque no volverá nuestra vida. En la ciudad sumergida es el fruto de la formación de un escritor, y el reflejo de su estado presente, vivo y real para seguir desgranando su propia escritura. Para seguir siendo. En Palma.

viernes, 7 de enero de 2011

Reflexión en voz alta







De qué hablo cuando hablo de correr / Haruki Murakami


Barcelona: Tusquets, 2010 (2007, versión original)



Leer a Haruki Murakami es un placer. Independientemente del tema que desarrolle, es un escritor de discurso fluido y cercano, de gran naturalidad. Que en estas memorias explica cómo, para él, la escritura es un acto difícil y lento. Y sin embargo consigue una gran cercanía al lector gracias a su conseguida naturalidad. He dicho memorias y sé que al autor esa palabra le rechina. Aunque no falte a la verdad.

De qué hablo cuando hablo de correr, homenaje reconocido desde el mismo título a su apreciado Raymond Carver, es una reflexión en voz alta sobre su existencia; la del corredor y la del novelista, o lo que es lo mismo, la del hombre que a partir de su impresionante tesón como atleta fortalece su condición de novelista, contrarrestando las horas de quietud que le exige la escritura.

El libro es toda una declaración de principios y la sentida confesión de la posición ante la vida de un escritor que en sus novelas plasma con llaneza una visión del mundo japonés muy cercana y fácil de entender para nosotros los occidentales, su principal fuente de lectores.

Es un ser extraordinario, que no duda en manifestar su lejanía del mundo; es un ser fuera de contexto –poco apreciado en su país de origen- y con un tremendo éxito fuera. ¡También existe la vida actual japonesa!, parece que necesitábamos oír. Sus libros son expresión de un mundo oriental muy muy occidentalizado y modernizado. Es quizá el primero que nos llega que no insiste en potenciar el orientalismo de moda. Contacta tanto y con tanta facilidad con el lector occidental que nos resulta sorprendente.

Él se siente fuera de lugar. Porque yo creo que lo está. Y de ello podemos dar gracias los lectores. Por dejarnos leer su visión del mundo. En el libro comentado la propia, porque pese a su timidez, desnuda sus sentimientos con franqueza y confianza. Lo que se agradece mucho.