Tomo prestado el título para este cuaderno del libro de Federico Hernández de Goncer (Palma, 1948), cuyo subtítulo es espléndidamente expresivo de qué quiero yo hacer en este periplo: Fantasía biográfica de la isla de Mallorca. Una isla, como una vida, se construye día a día, y la nuestra está viva y plena de vivencias actuales y remotas: visitantes ilustres, residentes con cosas que decir y que mostrar, homenajes a quienes fueron y estuvieron, huellas en la isla, muchas todavía frescas, y manifestaciones artísticas de variados signos...


martes, 1 de febrero de 2011

Litigio absurdo




Que Chopin y George Sand estuvieron en Mallorca es cosa sabida sobre la que no hay duda. Que llegaron al puerto de Palma el 8 de noviembre de 1838 tampoco plantea dudas. De que tras ocho días en Palma, en un hostal de la calle del Mar, pasaron los siguientes treinta en la espléndida casa de Son Vent situada en lo alto de una colina de Establiments, de eso ya no queda demasiada memoria. Pero de la estancia de 56 días en Valldemossa, hospedados en la Cartuja recién desamortizada, esto también se recuerda.


Allí estuvieron entre el 15 de diciembre y el 11 de febrero de 1839, dos días antes de embarcar hacia Barcelona destino Marsella, donde acabarían el invierno antes de instalarse en la casa familiar de George Sand en la localidad francesa de Nohant.



De lo que tenemos claro recuerdo ahora es de una parte de la estancia, la que se ha sabido potenciar, en Valldemossa, desde la creación de los museos y el sonido de los festivales Chopin. Todo empezó en los años treinta del siglo pasado, casi uno después del viaje. Porque un poco antes, sesenta años después de la visita, esa huella se había perdido. Así lo testimonia Gaston Vuillier, quien en su libro Viaje a las Islas Baleares, publicado originalmente en 1893, decía así:

“Allí pasaron todo un invierno [en la cartuja abandonada], y el recuerdo de sus grandes figuras ni siquiera se ha conservado en Valldemossa.

En vano pedí ver las celdas que ellos habían ocupado: nadie pudo informarme; nadie, ni siquiera entre los más ancianos del lugar, recordaba haberlos visto. (…) Más tarde, supe que el piano del armonioso y dulce compositor todavía se encontraba en casa de un habitante de Palma, que lo conserva religiosamente.”
Viaje a las Islas Baleares / Gaston Vuillier. Palma: Olañeta, 2000, pág. 69.


No soy original en la cita. Esta, junto a muchas otras, constan en la sentencia de 31 de enero de 2011, magníficamente documentada, del Juzgado de lo Mercantil número 2 de Palma que firma la juez Catalina Munar. Aunque todavía recurrible, puede ser el principio del final de una historia que, a pesar de George Sand y Chopin, o en el supuesto rescate de su memoria, ha enfrentado a dos familias. La una, con toda la visibilidad mediática y una gran proyección concertística además de apoyo institucional, frente a la otra, que ahora ha visto reconocido y autentificado su gran patrimonio chopiniano.

Juntas, ambas familias, tienen la posibilidad de seguir fomentando el homenaje al invierno de Chopin y George Sand en Mallorca. En litigio, poco será lo que consigan.

La celda definitivamente reconocida, el piano de la casa francesa Pleyel que llegó a las manos del músico en las últimas semanas de su estancia, los documentos que la avalan y estudian, como los asientos contables de la Banca Canut que dio soporte financiero a los viajeros, se complementa con los documentos y objetos que la pasión por la historia de creación y amor que se había vivido en su entorno generó en Aina M. Boutroux, quien así inició el germen de la casa-museo a la memoria de la pareja en la que fuera su propia residencia, una celda cartojiana que siempre creyó habitada por la escritora y el músico.

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