Ha llegado el momento de despedir al Miró que estos
últimos meses ha ocupado, como de tornada, de nuevo, su casa, la renombrada Miró Mallorca Fundació. Han sido unas cuantas las visitas, merecidas. La selección,
la colocación, la ubicación incluso. No quise dejar de ir el último día; no sé
si era esta una exposición para ver en silencio, como otras veces, o hablando
de lo que íbamos viendo, como he hecho esta.
Contemplación, meditación, esta exposición la ha
conseguido y provocado; dentro incluso de la sala, junto al tríptico de azules,
rompiendo el miedo al museo como lugar sagrado. Museo como lugar de vida.
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Pintura I, II y III, 1973 |
Los azules en forma de tríptico, las impactantes Pintura I, II i III (todas de 1973) en
que el azul, el mar quizá, quién sabe si el cielo, el color de los sueños...
recrea tres resultados para mí tan diferentes a partir de -casi- los mismos
elementos. Miró nos tiene acostumbrados a trípticos quizá porque el tres es
importante en su producción, quizá porque encontró muchas maneras de decir
cosas parecidas, quizá porque nos permite sentirnos envueltos por una misma
sensación pictórica. En esta exposición, también Oiseau dans l’espace I, II i III de 1965 en que el pájaro se
desplaza en el espacio. Y una sala más allá,
Femme devant le soleil I, Femme devant la
lune II y Femne devant
l’étoile-filante III de 1974 que Català-Roca retrató un año antes en Son
Boter mientras estaban en proceso de ejecución y que muestran el trabajo
sobredimensionado del maestro en que el mundo de la mujer en negro baila
alrededor del sol, de la estrella o de la luna.
Más grandes todavía, las telas gemelas sin título (FPJM-53 i FPJM-54, de los años
1974 y 1973 o anterior respectivamente) han ocupado el Espai Cúbic ganando con la ubicación, de dimensiones tan
proporcionales a ellas, y con la leyenda: un ejemplo de cómo una buena explicación
mejora la contemplación.
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Telas con agujeros, 1973 |
Por último, de esta exposición que ofrecía también
muestras del mejor orientalismo mínimo y expresivo en algunos papeles, o del
juego dialogante de Miró con otras aportaciones como la pompier del Ballet romantique
de 1974, recordaré especialmente las telas con agujero, una serie que hubiera
mejorado unificando los marcos con que las tenían enmarcadas sus respectivos
propietarios. Todo un impacto encontrar juntas las telas del agujero blanco, el
rojo, el azul y amarillo o el negro (todas del 1973), la atrevida mano de un
Joan Miró osado pero también introspectivo que jugaba con las formas, los
colores, las texturas, para no dejar nunca de sorprendernos.
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Miró Mallorca Fundació |