El arqueólogo / Román Piña Valls
La Coruña: Ediciones del Viento, 2018
Cicciano,
Claudio Bersani, su familia y su entorno son los lugares y personajes de la novela
que acaba de presentar el humanista clásico Román Piña Valls, a quien conocemos
por alguna de sus tres facetas: la de pertinaz profesor de lenguas clásicas, la
de escritor o la de editor.
Qué
necesaria aunque desagradable la reivindicación de la Filología con mayúsculas
desde el aprendizaje del griego y el latín que consideraríamos más si fuéramos
capaces de valorar nuestros orígenes y nuestra capacidad de reinvención
cíclica; un haber prolífico de títulos en que ha venido desplegando su ingenio
con diferentes fortunas y galardones varios; y su labor de editor desde la que
está dando cabida a interesantes textos tanto de narrativa, poesía como ensayo
en un mundo en el que pocos arriesgan por nuevos autores; todo ello se
intercala de alguna forma en este texto, que además cuenta -aunque no sea
novedad en la lista de títulos del autor- con la implicación de un editor de
reconocido mérito. El Arqueólogo ha
salido a la calle volando “al Viento” desde La Coruña por una de esas
editoriales que se desvelan por lo que hacen y consiguen prestigio con ello.
Claudio
Bersani es un catedrático universitario de una especialidad relevante: la
arqueología, como lo podría ser de cualquiera que nos queramos imaginar. Es un
profesor global en un mundo globalizado de nuestro entorno occidental: Cicciano
podría ser Puigpunyent, como Esporles. Porque Cicciano, el pueblecito
dormitorio de la región italiana de Campania podría asimilarse a pueblos
dormitorio de ciudades de mediana población como Palma o Nápoles.
Desde
ese entorno Román Piña despliega una prosa muy ágil, algo entrecortada como a
veces es la vida, en que muestra todas las capas y facetas del personaje y da
entrada -de forma un poco abrumadora a momentos- a tantas situaciones de la
vida completamente real que vive el protagonista.
Necesitamos
que nos relaten así la vida tal vez para conseguir entenderla, tal vez para
captarla, tal vez para ser capaces de verla. La vida que narra Piña es la que
vivimos, y ¿nos gusta vivirla así? Si acaso queremos hacernos esta reflexión,
como lectores, necesitamos que haya quien la plasme. Pura realidad. Creo yo que
la novela ayuda a entender aquello que es nuestro propio entorno, ya sea en el
momento en que se vive como cuando signifique una mirada al pasado. Y esta
novela está plagada de ello. De nuestra existencia fragmentaria, o de la
presencia continua de fragmentos: esas idas y venidas de nietos e hijos, la
emigración tan presente, la novela como construcción menor de la vida, esos
perros molestos del vecino, esa inoportuna ocupación ilegal del terreno
colindante; esas situaciones que pueden acabar, desde la propia realidad, como
si leyéramos una novela negra: con su resolución necesaria.
Inteligente el uso de la
ironía que viene siendo marca característica del autor, en esta ocasión con un
uso comedido y dejando que sea el final el que la aporte toda, así, de repente,
como quien no quiere la cosa. ¡Cuánta realidad!![]() |
Publicado en Bellver, suplemento de Diario de Mallorca,
el 22 de noviembre de 2018
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