Las lágrimas de San Lorenzo / Julio Llamazares
Madrid: Alfaguara, 2013
«-No es mal sitio para envejecer... (...)-No, no es mal sitio (...)Alguna vez también yo lo había pensado: quedarme allí para siempre y envejecer poco a poco viendo salir y ponerse el sol cada día, brotar y caer las hojas de las higueras y de las parras, partir y volver las barcas de pesca y los ferries que unen Ibiza con la Península y con Formentera, llegar e irse los turistas, como hacían desde tiempo inmemorial los ibicencos y, de unos años para acá, también bastantes personas que (...) habían llegado a la isla para pasar unos pocos días o meses y se acabaron quedando para siempre aquí.»
En Las
lágrimas de San Lorenzo, Julio Llamazares, excelente escritor de libros de
viaje, evoca la isla que no fue sino una «estación de paso» en la
ruta vital de su personaje. Una vuelta al pasado para reencontrarse desde allí
con su hijo, para reencontrarse con el hijo que él fue junto a su padre, y
repasar el recorrido ¿vital?, ¿fugaz? de una vida en búsqueda. La fugacidad de
la vida, o cómo se pasa esperando que sucedan cosas. Desde el miedo acompañado
de un hijo que su padre no sabe sino disipar con la compañía hasta el sinsabor
de su lejanía.
Pero es
ese personaje el que lanza el mensaje de amor a mi isla hermana.
«Aunque la isla me envenenó como a tantos otros y me sumió en esa especie de encantamiento que afecta a quienes la conocen (un encantamiento extraño, semejante a una suave hipnosis que te adormece los pensamientos a la vez que te abre y excita los sentidos).»
Quizá lo mejor de la obra sea ese mensaje
de amor y reconocimiento a la isla, donde ahora recrea una noche de San Lorenzo
junto a su padre en el campo de su niñez, esta vez en compañía de ese hijo con
el que ha regresado a la isla, al que desearía transmitir tantas cosas y
respuestas que en realidad calla.
Desde luego el escenario en el que se narra la novela es insuperable (y la pluma del autor también). Saludos!
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